Nada de esto fue en vano. Siempre creí que el arrepentimiento era el analgésico de los moralistas y el anestésico de los cobardes. Y, hoy por hoy, sigo valientemente orgullosa de haberlo intentado, de haber perdido todo y haber sentido lo que vos me hiciste sentir. Me dolió hasta decir basta, me herí aún convaleciente. Quien no haya fracasado como nosotros no tiene ni puta idea de hasta dónde se puede creer, querer y caer.
Ahora con el deseo roto y la intuición dañada, uno intenta recobrar algún resquicio de credibilidad, primero ante uno misma, después ante los demás. Poca gente te viene a decir que hiciste bien en fiar, fiarte, confiar y confiarte. Por último, se puso en evidencia que crecer es aprender a despedirse. Supongo que no te va a importar que te lo diga ahora. Creo que nunca voy a estar segura de haberlo dejado con vos. Y eso es precisamente lo que te hace grande, lo que nos hizo grande a los dos.
Si crecer es aprender a despedirse, vos me enseñaste a no querer despedirme, por mucho que no lo hayamos conseguido.
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