martes, 2 de julio de 2013

Harta de luchar conmigo misma.

No logro enfrentarme a ese punto de oscuridad en mí que me impide apreciar las cosas buenas de la vida. No es justo que los días se me vayan porque sí.
En estas últimas semanas, meses incluso, siento que dejé de luchar contra mis propios fantasmas, que siempre me recuerdan que ganan.
La vida puede ser linda, pero yo no aprendí a apreciarla. Las horas están llenas de cosas lindas, pero yo no siento la emoción esperada. El sol brilla con fuerza, pero a mí me da igual, no siento la energía de sus rayos, la alegría de su color amarillo. Me levanto deseando volver a acostarme. Mis pies no caminan hacia delante, se frenan en seco ante una incipiente apatía, que no desaparece a pesar de los esfuerzos. Empieza el día y yo sólo pienso en que llegue la noche.
Yo me evado de mis conflictos durmiendo. Soy capaz de dormir todas las horas que hagan falta y despertarme lo más tarde posible, lo más cerca a la caída del día para poder fantasear otra vez con la idea de volver a dormir. Esta misma semana tuve la horrible necesidad de no salir de la cama, porque sé que los fantasmas aguardan ahí fuera para ganarme otra batalla. Llega la noche y entonces respiro, porque sé que es el único momento del día en el que no pierdo el tiempo, en que toca dormir. El único momento en el que no me siento culpable por no estar aprovechando los minutos que me da la vida.
También lloro a menudo. A veces es un llanto contenido, como lleno de rabia o ira, que explota porque ya no puede sostenerse más ahí dentro y sale furioso, quejándose de todo y nada, preguntándose los "por qué" pendientes. Otras veces son lágrimas de pura tristeza, una detrás de otra, que caen, sin fuerza, sin ningún ímpetu.
Otra de las cosas que sufro cuando lo paso mal es que me aíslo del mundo y empiezo a vivir en el mío propio. Me cierro tanto que no quiero saber nada de nadie. No sé si es que soy muy tonta para pedir ayuda o simplemente no quiero que me ayuden. Los años me hicieron fuerte y estoy acostumbrada a protegerme yo sola, lo cual se convierte en un arma de doble filo, porque me maltrato más que me cuido. Dicen de mí que soy muy injusta conmigo misma, y exigente. Demasiada caña para un alma herida. Pero me enorgullece levantarme sola y seguir siempre adelante. Y sí, a lo mejor debería contar más con los demás en los malos momentos, pero el motivo real por el que creo que no lo hago es porque tengo expectativas demasiado altas de la gente a la que quiero y pienso que si no las cumplen me voy decepcionar, y hasta sentirme traicionada. Siempre fui de extremos, puedo pasar de ser la persona más confiada del mundo a la más desconfiada y de la más feliz a la más triste en cuestión de segundos. Así que, después de todo este repaso que me estoy dando, llego a la firme conclusión de que algo no va bien. Sé que hay mucha angustia dentro de mí, pero no acierto a saber por qué. Sé que, sobre todo, tengo miedo. Ese miedo que nos paraliza, que nos impide ver con claridad y objetividad, que nos confunde y nos hace tanto daño. Tal vez sienta que mi horizonte está lleno de incertidumbre. Y si Kant decía que "la inteligencia de una persona se mide por la cantidad de incertidumbres que es capaz de soportar", está claro que a mí, en este período de mi vida, me tocó ser la más tonta del lugar.

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